La cultura de la vulgaridad en actualidad
La sociedad del individualismo
Los usos y
representaciones sociales
están ya presentes
en las matrices tecnológicas. Las
transformaciones sociales, en la familia y la empresa sobre todo, prefiguran
así los usos de las Tecnologías de
la Información y la Comunicación
y, a su
vez, acentúan la sociedad del individualismo conectado.
Patrice Flichy
No es sorprendente
que en el
siglo XIX, cuando
estas tendencias llegaron a ser
claramente visibles por primera vez, la crítica a la centralización llegó a ser
una de las preocupaciones principales de los filósofos individualistas. Esta
oposición se ve
particularmente resaltada en
las obras de los
dos grandes historiadores
que escogí antes
como los más
importantes representantes del verdadero individualismo en el siglo XIX,
De Tocqueville y Lord
Acton; y encuentra
expresión en las
profundas simpatías de ambos
por los países
pequeños y por la organización
federal de amplias unidades. Ahora existen mejores
razones para pensar que los países pequeños
pueden dentro de
poco llegar a
ser los últimos
oasis que preservarán una sociedad libre. Puede ser ya
demasiado tarde para detener el curso fatal de
la progresiva centralización en los países
más grandes, que
están encaminados a producir
aquellas sociedades de masas en las cuales el despotismo finalmente
viene a aparecer
como la única
salvación. Si los
países pequeños logran escapar,
dependerá en definitiva de su inmunidad al veneno del nacionalismo,
el cual es
una inducción y
un resultado de
aquel mismo esfuerzo por
lograr una sociedad
conscientemente organizada desde
las altas esferas.
La actitud del individualismo hacia el nacionalismo, que
intelectualmente es sólo un hermano gemelo del socialismo, merecería una
discusión especial. Aquí sólo
puedo señalar que
la diferencia fundamental
entre lo que en el siglo XIX era
considerado liberalismo en el mundo de habla inglesa y lo que se entendía por
tal en el continente europeo, está estrechamente conectado con
su descendencia del
verdadero individualismo y el falso individualismo racionalista,
respectivamente. Era sólo
el liberalismo en el
sentido inglés el que generalmente se oponía a la centralización, al
nacionalismo y al socialismo, mientras el liberalismo generalizado en Europa
favorecía a los
tres. Sin embargo,
debería agregar que,
en éste como
en muchos otros aspectos, John
Stuart Mill, y el posterior liberalismo inglés derivado de él, pertenece al
menos tanto a la tradición europea como a la inglesa; y no conozco
discusión más esclarecedora
acerca de estas
diferencias básicas que
la crítica de
Lord Acton acerca
de las concesiones
que Mill había hecho a las tendencias nacionalistas
del liberalismo europeo.
Podríamos seguir discutiendo durante mucho tiempo acerca de
otras diferencias que separan
las dos corrientes
de pensamiento las
que, a pesar de
llevar el mismo
nombre, están divididas
por principios fundamentales opuestos. Pero
no me debo
permitir apartarme demasiado
de la tarea
de buscar la fuente
de la confusión
que ha resultado
de esto y
de demostrar que existe
una tradición coherente,
se esté o
no de acuerdo
conmigo, de “verdadero” individualismo, que
es en todo
caso la única
clase de individualismo que estoy preparado para
defender y que, en realidad, creo, es el único
que puede defenderse
de manera consistente.
De modo que,
permítanme volver, para concluir, a lo que dije al comienzo: la actitud
fundamental del verdadero individualismo es la humildad
hacia los procesos
mediante los cuales la
humanidad ha logrado
cosas que no
han sido concebidas
ni entendidas por ningún individuo y que son en realidad más grandes que
las mentes individuales. La gran pregunta en este momento es si a la mente del
hombre se le permitirá continuar creciendo como parte de este proceso o si la
razón humana se va a poner sus propias ataduras.
Lo que el individualismo no enseña es que la sociedad es más
grande que el individuo sólo en cuanto ella sea libre. En tanto esté controlada
o dirigida, queda limitada a los poderes de mentes individuales que la
controlan o la dirigen. Si la arrogancia de la mente moderna, que no respeta
nada que no esté conscientemente controlado por la razón individual, no aprende
a detenerse a tiempo, podemos, como nos lo advirtió Edmund Burke, “estar muy
seguros de que todo alrededor nuestro disminuirá gradualmente, hasta que finalmente
nuestras preocupaciones se
contraigan hasta alcanzar
las dimensiones de nuestras mentes”
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